Aquí yacen los restos de Vidal Mendoza.Vivio 45 años. Fue clavadista de la Quebrada, combatiente en las 6 invasiones a Irak, D.J. en Ibiza y St Tropez, padre de nueve hijas, defensor de ballenas en el Mar de Cortés, y sobre todo enamorado de sus amigos y de sus mujeres. Le sobreviven Thom Yorke y Jack White, con quienes formó "The Anonymous, The Annoying and The Handsome", el grupo de Rock más importante en la historia de la música popular.
"El que tenga cochi, que lo amarre; el que no, pues no"

Gude y la nostalgia de los trajes perdidos

Gude es todo un happening. Alguien a quien no puedes querer del todo ni repudiar sin concesiones.
Es la encargada de "la comuna", lugar en donde vivo. Acude tres días a la semana, que para el rendimiento ofrecido, bien podrían ser cuatro o cinco y nadie notaría la diferencia. Nos conocemos desde hace ya varios años, a través de los cuales hemos cultivado una relación de insana dependencia. Hace poco, en una revista "para caballeros", leí un reportaje acerca de la relación Nixon- Kissinger, y sólo pude imagirme dando señales dudosas para que Gude no anticipara mis movimientos.
El punto más álgido de nuestra diplomática relación se ha generado a manera de tracto sucesivo, dirían los abogados. Se reitera cada tres o cuatro meses, justo cuando las heridas empiezan a cicatrizar, vuelven a abrirse.
De entre sus obligaciones laborales, la que más me importa (pudiera ser la única) es la referente al cuidado, manutención, limpieza, arreglo y acomodo de mi ropa. Pudiera destrozarse "la comuna" en pedazos, sin causarme perjuicio, pero si encuentro una camisa mal planchada o un par de mancuernillas incompleto, suelo perder el trazo mental al estilo de Jack Nicholson en The Shining.

Gude lo sabe; no obstante le sigue valiendo una chingada. Sólo en lo que va de este año, dio por perdidos cuatro trajes.

-A ver, pinche Gude, ya son cuatro: un gris oxford, un gris más clarito, uno que no sé bien que color es, pero creo que es como café tirándole a gris, como tornasol y un azul marino de un sólo botón y solapas delgaditas, con rayas muy finitas en crema, el que es como de gangster, que siempre me dices que se me ve bien.-

- No, mi niño, la verdad ni sé cuáles me dices. Además, tú te quedas a dormir simpre quién sabe donde y pierdes las corbatas y los calcetines. Luego te vas a Acapulco y a lo mejor los dejas allá. Seguro están allá, pregúntale a tu mamá.

- No mames, Gudencia, para qué me voy a llevar un traje de lana a Acapulco, ni a la boda de mi mejor amigo llevaría traje en Acapulco, tengo más estilo que eso. Lo oportuno es la Gua-ya-be-ra, como JOLOPO.

- Pues no sé tú.

- Y no me quedo a dormir en quién sabe dónde. ¡No me jodas!

- Pues yo no sé.

- Pues yo sí sé, y sólo duermo aquí.

- Ahhh! Entonces estás diciendo que me los robé.- ya lo dice pujando por la presencia de un ojo cristalino- Yo nunca, mi niño. Cuántos años ya de conocernos, yo nunca.

La denuncia de mi descuido generalizado y patológico frente a todo, logró generar las dudas suficientes para impedir un señalamiento definitivo. Sólo alimentó el imaginario respecto al paradero de mis trajes. Los imaginé de mil maneras: arrumbados en casa de un primo de Gude, a punto del delirio y la locura provocada por la distancia de una linda y gallarada corbata que lo acompañe; los imaginé como aquel gnomo de jardín de Amélie, pasándola bomba en los lugares más maravillosos del planeta, sin embargo, nunca recibí ni una incipiente postal que tranquilizara mis paternales miedos; los pensé, también, llevando la glamurosa vida nocturna defeña que nunca pude darles (luciendo mejor huerfanos de mi contrahecha silueta y desnalgado revés), en compañía de sensuales blusas halter, jeans a la cadera, minifaldas deslavadas y tangas con vivos juguetones.
Al no tenerlos, me limitaba a recordar las fechas más memorables en que lo usé. El azul de gangster lo usé en aquella cena que daba inicio a la primavera. El gris clarito me acompañó el día de mi primera clase como profesor. El gris tirándole a café, cuando se firmó el contrato relativo al asunto de los señores ...... (cláusula de confidencialidad).
En su ausencia , los sobredimensioné: "ya no encuentro trajes así, con esos despuntes y los hombros tan bien trabajados."

Un sábado de ocio, tuve la ocurrencia de pasar a preguntar por ellos a la tintorería: "Oiga, fíjese que se me perdieron mis notas de recibo. No sé si pudiera recoger la ropa a mi nombre, si hay alguna multa, la cubro, no hay problema. Aquí está mi identificación".

Long story short: me dieron los 4 trajes, 6 camisas que ya no reconocía , varias corbatas y me ofrecieron un ederedón que tenía meses listo, pero que no recogí, sólo para joder a Gude, martirizándola ahora por una prenda cuya ausencia era ignorada por ambos.
Los trajes de vuelta en mi clóset no brindan ningún entusiasmo proporcional a los escenarios imaginados durante sus ausencias. Los eventos que veía memorables, ya perdieron cierto encanto, pues siento que puedo reiterarlos ahora. Puedo hacerlo, ya que mis trajes están de vuelta. He revisado sus bolsas, queriendo encontrar alguna prueba de gran escenario que me regrese la nostalgia. Pero no una cualquiera, sino una de novela azotada: nostalgia de un futuro imposible y de un pasado aderezado por la imaginación: algún boleto de cine para una película no vista, una dirección codificada para una casa de citas ultra secreta, una factura que ampare la compra de un caso de motociclista, o bien una identificación oficial con datos que no me correspondan.

La ausencia da cabida a la creación de historias que de manera mañosa juegan con la inmaculada perfección del hubiera. Muchas veces, recuperar las cosas o lo escenarios no resulta tan placentero como quisimos creer en un momento.
Ayer, en una entrañable y amistosísima cena, un personaje (tan real como imaginario) estaba muy consteranado por la ausencia de una cajita de Olinalá, pertenencia existencial por excelencia. Cajita que, según dice, guardaba memorias de eventos particulares de su vida. La ausencia de tal cajita, le ha permitido jugar con divertidísimas posibilidades de ubicación, y le ha otorgado a las trampas de la memoria una artificial certeza acerca de eventos que, cuando son completados por la imaginación, se convierten en todo un happening literario. Por ello, ojalá que no la encuentre, y si lo hace, le recomiendo que se avoque fabricar curiosidades para vaciarlas en ella. Así podrá seguir disfrutando (que no sé en realidad si lo hace) de las posibilidades de un pasado imaginado.
Yo haré lo propio con mis trajes: colocaré objetos emocionantes en sus bolsas, y los dejaré algún tiempo en la tintorería, para que cuando los recoja, no distinga lo real de lo imaginado. Sólo espero que estas soporten los ajetreos del lavado en seco. Yo no podría. No puedo imaginarlo emocionante.


3 comentarios:

M Linares Cruz dijo...

Aqui lo que habrá que hacer es que continues comprando camisas acapulqueñas, a rayas y con todos esos azules imaginados en la cabeza del diseñador, también acapulqueño.
Lo de los caracoles fue buena idea, creo que tenía que haberme llevado una conchita de esas vacías, porque he decidido comenzar con una nueva caja de Olinalá... (aún no la compro, es pura chaqueta mental para darle vuelta a la página). Me gusta imaginar todo lo que había allí... es la nostalgia, pues... la nostalgia. Salud en viernes!

Melo dijo...

Pues yo digo que Gude siempre tiene la razón... mejor no?? Asi no nos andamos con pedos, siempre es lo mismo: estamos tan estresados con el trabajo, la familia, el dinero y como siempre con la cabeza revuelta por la novia y la crisis de los veintitantos (tirándole a 30s), que yo le haría caso a Gude...los pinches trajes se han ido...

Anónimo dijo...

chale. y yo que desecho calcetines por no lavarlos. claro que no tener lavadora en casa alimenta la necesidad de comprar en vez de lavar. naaa, lavar los trapitos es expiarse las culpas, mejor a la hoguera.

entiendo cuando hablas de la alegría de encontrar algo que no buscabas. alguna vez en un viaje abrí mi maleta a 4,000 kilómetros de distancia de mi pequeño pero
picoso departamento en san pedro, y encontré un par de calcetines y unas truzas de mi cuasimarido. llevaban semanas, quizá meses ahí. nadie los había extrañado. fue como encontrar a rizistos de oro perdida en el bosque (ya hecha toda una señora) sin que nadie la estuviera buscando. en fin, después de encontrarlos, empiezas a extrañarlos, que paradoja.

becho

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