Aquí yacen los restos de Vidal Mendoza.Vivio 45 años. Fue clavadista de la Quebrada, combatiente en las 6 invasiones a Irak, D.J. en Ibiza y St Tropez, padre de nueve hijas, defensor de ballenas en el Mar de Cortés, y sobre todo enamorado de sus amigos y de sus mujeres. Le sobreviven Thom Yorke y Jack White, con quienes formó "The Anonymous, The Annoying and The Handsome", el grupo de Rock más importante en la historia de la música popular.
"El que tenga cochi, que lo amarre; el que no, pues no"

Jueves y Tequilotas

El jueves es la onda. Tiene un encanto particular. Los jueves llevan más de ocho años sucediendo.

Contra las dificultades de la vida laboral, siempre termina imponiéndose el jueves: algunos llegan de malas; otros fingen llegar de muy buenas.

la hora: 8:30 p.m. Osea 10:00 p.m.("es que se me atoró un ofrecimiento de pruebas, perdón")

Los ya casados; los que se están casando; los que tienen miedo a casarse; los que ya lo decidieron, pero se hacen pendejos (¡ups!)....

El dominó que nunca se juega, pero siempre provoca el ímpetu arquitectónico de varios.

Las revelaciones retrasadas: "No te vayas a encabronar, negrito, pero hace un año, en Madrid...."

Agradecimiento: Chank, The name of this band is Talking Heads.

Lo nuevo: Tequilotas con rodajas de naranja.

Lo de siempre: Carne Tártara, esta vez con la mostaza afrancesada oportuna.

El que no cambia: "pinche negrito, no te claves, cotorrón. ¡Aliviánate!"

El que falta: el Sr. Notario.

Los intinerantes faltistas: el fiscalista más ñoño que se compra una moto de Vanilla Ice; el productor de documentales que bailando baja a las viejas; el de Chicago, al que mucho se le extraña.

Los que anuncian sus futuras ausencias: Maestrías alemanas y NYU.

La frase de mentas robadas: "Zorras y alcahuetas, son todas tretas."

Lo que se espera: una semana más.

Overrated

Para Paco, un verdadero amigo

Nunca he entendido la obsesión clasificadora del hombre. Todo tiene un lugar en nuestros esquemas, de alguna u otra manera. Todo fenómeno racionalmente apreciable sucede en determinado tiempo y en algún lugar en el espacio, dice el soberbio Kant. Es así, quizá, como la memoria nos va recordando la vida.


Muchos años atrás, Aristóteles alcanzó el reconocimiento de sus contemporáneos por sus logros como taxidermista, antes que por sus aportaciones filosóficas.
Dicen sus biógrafos que Borges era obsesivo con los sellos postales. Mi madre sigue ordenando la vida de quien se deja, y mi padre clasificaba de manera meticulosa sus culpas para provocar mi exclusiva admiración.


En algún libro escrito por mi autor favorito, don No Me Acuerdo Quién, se apunta que ese impulso racionalizador surge a manera de rechazo a la única verdad sostenible: el caos es la única fuerza que ordena al cosmos.


En las tripas de toda clasificación, lo reconozcamos o no, se esconde el fantasma de la jerarquía de valores. (“Y el laurel dorado a la mejor opera prima es para…”: si la peli es buena , qué putas tiene que ver que sea la primera de un director. ¿O qué un novel cineasta no juega en la misma cancha que Scorsese, con independencia de los méritos propios de la obra?)


En el video club puedes encontrar en la sección de de comedia a Wedding Crashers y a When Harry met Sally juntitas, pero a Melinda Melinda la encuentras en el anaquel destinado a Cine de Autor. ¿Qué no son lo mismo? Pues no, porque “Woody Allen hace comedia, pero inteligente y con buen gusto”. No, no es cierto, lo que pasa es que “Zoolander no tiene autor”. Ah, caray! Es, entonces, una comedia bastarda, por decir lo menos. Perdón, pero cuando lo pienso sólo puedo imaginarme a una perro queriéndose morder la cola.


En las clasificaciones musicales de las revistas especializadas pasa lo mismo. “los 50 mejores discos pop de los últimos 30 años”. En dicha lista seguro aparece Bad de Michael Jackson, pero Blonde on Blonde de Dylan, no es tomado en cuenta, porque éste, por definición, sí es considerado en “los 20 mejores discos de la música norteamericana”. Así, pues, me pierdo siempre en los esquemas ajenos.


Entonces empiezan las acaloradas discusiones. Además, quienes discutimos con más ahínco las clasificaciones ajenas, nos identificamos por un común denominador: somos improvisados en las artes y oficios que nos apasionan. No sabemos nada de nada. No tocamos un sólo instrumento ni conocemos los vericuetos del arte fílmico (“No está dañada la cinta, sino la copia, corazón”). Es decir no somos más que unos tristes y pasivos espectadores del fenómeno.


Por ello, es que ante la falta de elementos contundentes que apoyen nuestra posición, poco antes de tocar la lona argumentativa, en el 9º round, siempre nos queda fuerza y testarudez para conectar el golpe definitivo: “No me chingues, Peter Gabriel está overrated”.


El concepto de lo sobrevaluado está encerrado en una paradoja chulísima: por un lado, supone que existe un método objetivo e irrefutable para clasificar de manera jerarquizada cualquier obra humana, y, por otro, cuando llegamos a analizar los métodos objetivos de valoración, se nos revelan tan porosos y blandengues como la cadera de un anciano con osteoporosis.


Es decir, podemos advertir que el primer lugar de un maratón le pertenece a quien llegó a la antes que los demás. Sin embargo, cuando se discute si Maradona es mejor que Zidane, el evento acaba en una batalla llena de sinsentidos.


Así, cuando la razón ya no alcanza, lo que no nos gusta, pero no podemos clasificar de malo se vuelve, simple y llanamente, overrated. Me encanta. Da la apariencia de que se tienen elementos irrefutables para el juicio, aunque sólo llena de tufos rancios nuestras afinidades, poniendo punto final a la discusión.


La carencia de ciencia en lo relativo a nuestras preferencias hace prueba plena de que “nada está escrito”; no existe, pues, un códice de la verdad estética (no sé, incluso, si dicho concepto existe o es en realidad una absurda contradicción. Bueno, lo realmente bello, si así se recibe con más comodidad).


Qué bueno que no existe tal verdad sobre dichos menesteres. Me siento libre cuando puedo decir lo que ironiza la canción de Radiohead: “Are you such a dreamer?/To put the world to rights?/ I´ll stay home forever/ Where 2 & 2 always makes up 5”.


La verdad nos hará libres”. No jodan. Esa sí que es una pendejada mayúscula. Ante lo probadamente verdadero no se puede hacer nada. Así es y te chingas. Dónde está, entonces, la libertad que nos brinda la verdad.


Imaginemos que felices seríamos si nunca se nos hubiera revelado alguna penosa verdad. Cuántas veces nos quedamos con las ganas de perdonar y la verdad nos impide hacerlo. En el fondo, todos queremos ser engañados, pero completamente. Si ya nos la habíamos tragado toda, qué sentido hace el desengaño. No nos tranquiliza ni nos hace más libres, sino lo contrario.


La verdad me caga la madre. Nunca la exijo ni sé cómo se ofrece. Me declaro fan del engaño, de las artes diplomáticas de posguerra y de las sonrisas mañosas y omniscientes. El misterio es la verdadero amigo del hombre, pues siempre queremos todo, todo el tiempo.


La gente que se ufana de decir siempre la verdad es la más aburrida, la que, como dijo un grande, “necesita papel rayado para escribirse”. Divertidos los disfraces. Sensuales los silencios.
Libre se es realmente cuando te topas con quien te da la libertad de ser honestamente siniestro (“Gracias por permitirme ser honesto cuando jugamos a la mentira”). Esa libertad nos abriga de una comodidad incomparable y de una felicidad “verdaderamente liberadora”.


Para acabar con esto, sólo me resta decir que, más que Pink Floyd, la verdad está overrated.