Aquí yacen los restos de Vidal Mendoza.Vivio 45 años. Fue clavadista de la Quebrada, combatiente en las 6 invasiones a Irak, D.J. en Ibiza y St Tropez, padre de nueve hijas, defensor de ballenas en el Mar de Cortés, y sobre todo enamorado de sus amigos y de sus mujeres. Le sobreviven Thom Yorke y Jack White, con quienes formó "The Anonymous, The Annoying and The Handsome", el grupo de Rock más importante en la historia de la música popular.
"El que tenga cochi, que lo amarre; el que no, pues no"

Lecciones para dormir (The Shins)



"Salta de un libro/No estás obligado a tragar nada que desprecies/Mira, esos insensibles raptores quieren tu vida/ Y no tienen derecho/ Mientras conserves los ojos/ ¡NO TIENEN DERECHO!"

Cat Power es mi Luis Miguel

"Yo no tengo, en definitiva, motivo alguno para renunciar a la esperanza de un futuro dionisiaco de la música […]

Yo prometo una edad trágica: el arte supremo en el decir sí a la vida, la tragedia, volverá a nacer cuando la humanidad tenga detrás de sí la conciencia de las guerras más duras, pero más necesarias....."

Friedrich Nietzche, Ecce Homo


El arte es catarsis. Debe ser catarsis. Catarsis para el artista; quema de demonios compartidos con su público.

Recuerdo una línea de una canción de los Stars: ·"So tomorrow there will be another number/ for the one who had a name". Es una línea representativa de esta época. Un prometedor psiquiatra me comentó en la víspera de la esperada presentación de Dylan en D.F. que, desde la perspectiva de su especialidad, es posible identificar una característica del hombre contemporáneo: la ausencia del duelo amoroso; el repudio a experimentar la tragedia consecuente. La inmediatez es regla y, como tal, la celebro. No soportaría convivir con azotados incorregibles. Sin embargo, todo el gozo de la prontitud termina por convertirse en tufo de borrachera obligada, en euforia no siempre compartida. No lo había notado, Chan Marshall me lo dijo al oído.

Para el hombre (con minúscula), ese que es "demasiado humano" no hay guerra más dura, más desgarradora, más dolorosa que la que obliga al silencio entre las sábanas. Habría que recordar todas esas historias que reseñan (o inventan) batallas amorosas libradas por hombres y enmarcadas entre guerras sostenidas por el Hombre (éste con mayúscula). Las últimas pasan a un plano menor frente a la gran tragedia del amor. Y qué más da si los alemanes avanzan, si arde Troya, si el Imperio contraataca. ¡Qué más da!

No sé por qué, pero llegué a verla con ánimo de fiesta, con máscara de carnaval. Era quizá la negación al duelo acumulada. En punto nos abrió la puerta. Sin movernos entramos a la sala de su casa: un espacio descuidado, sin más muebles que los estrictamente necesarios, lleno de estampas bélicas, de fotografías despojadas de sonrisas practicadas. No hay que olvidar nada. Somos memoria, nos dijo. La vida no para. No tiene por qué. Incluso los recuerdos cambian, se adecuan desde los terrenos empantanados de la negación. Abraza la tragedia. ¡Goza el duelo! Gritó durante casi dos horas.

La bella doliente inició como terminó: tímida, ensimismada y nunca satisfecha con el volumen de su micrófono. Encorvada, con postura contrahecha: estampa de crustáceo cruzado con ninfa atemporal. Así, libre de glamur y pomposidad, con voz hipnótica nos llevó de la mano por las esquinas de su corazón, por lo más íntimo de su dolor, tan particular, tan de ella…tan compartido. (Recuerdo ahora una clásica de R.E.M.: Everybody Hurts.)

Hacer revisiones o covers es una tarea espinosa. Se cuenta con la mejor materia prima, con lo que se admira, con aquello que se envidia. Por ello, el resultado puede ser frustrante en función de las expectativas provocadas por la canción original. El buen cover se aleja del mimetismo infértil y, sobre todo, debe alejarse del lugar común atestado en cursilería (v.gr. el petardo Across the Universe) . Por el contrario, el buen cover es una nueva lectura, una interpretación auténtica de la pieza homenajeada (incluso a manera de vituperio), un nuevo acercamiento al mismo sentimiento. Así, Cat Power ha logrado hacerse de un buen nombre en este rubro. Jukebox, su más reciente disco de covers reúne, a mi juicio, dichas virtudes: se reconocen las canciones en la misma medida en que deja de importar como suena la original. Incluso es sorprendente como lo hecho famoso por Sinatra puede tener el mismo ánimo que lo creado por Janis Joplin o Joni Mitchell. Es el mismo ánimo, precisamente, porque Cat Power las hace suyas, se las apropia mediante el aprovechamiento del denominador común que las une: la catarsis de un sentimiento compartido, sin importar el tono que rige a las originales.

El momento más penetrante de la noche llegó con la nueva versión de Metal Heart, canción originalmente aparecida en su álbum Moon Pix de 1998. Al iniciar la condena para el que se esconde bajo las sábanas de una pesadilla conveniente y cobarde, el público enmudece por completo. Tan arrítmica como sensual, ella no deja de bailar ni de cantar: I once was lost/ But now I'm found/ I was blind /But now I see you/ How selfish of you to believe in the meaning of all the bad dreaming/ Metal heart you're not hiding/ Metal heart you're not worth a thing.

Baila como yo quisiera bailar, dice lo que me gustaría decir, tiene toda la onda que nunca tendré. Le creo lo que a otros nunca, le tolero el azote que a otros condeno. Simplemente, Cat Power es mi Luis Miguel. Y como dice el Monsi (creo): "El que esté libre de posters que tire la primera piedra."



Cat Power - Metal heart (live 2008) - canal +

Contra las camas asesinas (de la mano de Monterroso)

Son las tres. O las cuatro. Gabriel calculó que debían de ser entre las tres y las cuatro de la madrugada: esta noche había dejado deliberadamente el reloj dentro de la estufa. No quería pasar otra noche vigilando el aburrido y angustiante transcurso de las horas. Entre muchas cosas de importancia, no podía dejar atrás lo dicho por Sara esta tarde: "lo que pasa es que te metes a la cama sin sueño. . ." ¡Pues claro, tengo insomnio!- dijo como si alguien estuviera escuchando-; además, no estoy nervioso. No estoy bajo un stress inusual. ¡No estoy enfermo, carajo! Ya me he cansado de repetir esto cada vez que alguien escucha mis dolencias. Simplemente, no tolero a la noche, su falta de luz, su quietud, ¡su hipócrita calma en la que cae el mundo entero! Esa calma fingida, fraudulenta, en la que todo el condenado mundo hace como que no le importa nada, como que no le importara nadie.

Y pues pasa lo de siempre: la cama ansiosa se decide y lo escupe. Lo vomita entre eructos con restos de plumas indigestas. Contra la cama de Gabriel no se puede nada. Se harta y no hay más. Los gritos, las súplicas y las constantes invitaciones a negociar le parecen berrinches huecos. Y es que sólo habría que tratarla unas cuantas noches para darse cuenta de que es una necia cabrona que no acepta súplicas misericordiosas. Debe ser porque también se encuentra frustrada, y en verdad es entendible: tan prometedora ella y sentenciada a contravenir su onírica naturaleza.

La segunda vuelta de la noche. Coreografiada, sincronizada con sus anteriores y, seguro, con sus futuras: baño-lavamanos-pila de revistas-cocina-vaso de agua. De regreso a la cama. Esta vez lo toma con amabilidad inusitada. Le permite el intento. Sin embargo, después de cinco minutos de tranquilidad, Gabriel convierte el confort y la incredulidad en ansiedad y paranoia, como cuando un derrotista contendiente recibe un gesto atento del enemigo (puede ser una taza de té, una invitación al teatro, o ve tú a saber, cualquier ardid mañoso de la vieja diplomacia): lejos de bajar la guardia, hay que subir los puños y moverte con pasos cortos hacía el cuerpo del oponente. Siguiendo esa infructuosa enseñanza, Gabriel, temerario, se enfrentó a su cama espetando la siguiente letanía: "A mí no me la haces, hija de la gran chingada, qué te traes, seguro esperas a que duerma para asfixiarme con. . . ¿La sabana? No, no, ya sé, me vas a meter esos calcetines viejos en la boca para que me atragante y muera sin poder clamar auxilio. O peor, me vas a amarrar las manos y pies con. . . No sé, con algo que te encuentres por ahí tirado, ¿verdad? Pues ahora, no me duermo y me quedo velando tus potenciales conatos homicidas, cómo la ves, a ver quién se cansa primero, chula."

  • Me da usted lástima. ¡Qué patético!- Gabriel escuchó de una voz juiciosa y tranquila, con una contundencia que sólo poseen las frecuencias familiares.
  • ¿Lástima? ¿Patético? ¿Qué no estás viendo lo hija de puta que es esta cabrona? Si me dejo, me mata. Así como la ves, tan acolchonada y amistosa, es capaz de lo que sea con tal de deshacerse de mí.
  • ¿Su cama? – cuando el intruso termina de decirlo, Gabriel alcanza a apreciar la silueta de un hombre maduro y elegante reposada con gallardía sobre un caja de cartón que resguarda los restos de una mudanza inconclusa.
  • Sí, sí, sí. Mi cama
  • Y dígame, gran genio del arte detectivesco, ¿cómo lo va hacer? ¿Con esos brazos fuertes y musculosos que tiene bajos sus. . .? Ah, perdón, se me olvida es, ¡una cama!- dijo el intruso.
  • ¡A ver, un momentito. . .!
  • Sí, me espero, brillante caballero. Me espero lo que usted ordene.- mientras lo dice, su leguaje corporal de piernas entrelazadas con desgano, y sus manos reposadas en la pierna que cruza por encima, apunta un tono de ironía y petulancia incuestionable.
  • Mira si no es una cabrona:
    mientras fui a tomar agua, te abrió la puerta, a hurtadillas te escondiste bajo su regazo, entre las almohadas ocultaste tu cuerpo de pueblerino arrogante, para después, así como si nada, aparecer espectral y fantasmagórico, tranquilo y natural. ¡Claro! Me quiere volver loco, y como sola no ha podido fue en tu ayuda para zafar, de una vez y para siempre, los últimos dos remaches neuronales que preservan mi cordura.
  • Se lo repito: me da usted lástima, viejo amigo.
  • Mira, para empezar, ni te conozco; seguro eres el vecino de arriba, ese fanfarrón desquiciado que me dio la bienvenida al edificio con una nota que decía: "Bienvenido, vecino; sólo te comento que mi lugar de estacionamiento es, precisamente, el que estás ocupando. Sé que no volverá a suceder. Atentamente, tu vecino del 7." Además, el simple hecho que hayas invadido la privacidad de mi casa confabulándote con esta cabrona, hace que estemos muy lejos de ser amigos; incluso debería sacarte a punta de. . .
  • Tranquilo- interrumpió el intruso-, cálmese, no hay mal que por bien no venga. No, no. Retiro eso; no soporto las frases hechas.
  • Exacto, ¡no seas cursi! Qué es eso de "no hay mal que por bien no venga"; mejor "más pronto cae un hablador que un cojo"; no, ya sé, mejor "si ves las barbas de tu vecino. . ." ¿Cómo va? Son tan huecas y tan mal usadas que nunca les pongo atención. Total, son tan imprecisas que todas se pueden contextualizar con un poco de gracia y elocuencia.
  • Sí, lo sé, es cómo los adjetivos sobrantes, esos que usa la gente culta para demostrar su extenso vocabulario: amistad "encendida", amor "encolerizado", violencia "insufrible". . .
  • Acorde "vaporoso".-contestó Gabriel de rebote.
  • ¡Ja! ¡Ja! Melodía "celestial", tango "suicida".
  • Suicida no es adjetivo.
  • En este caso sí.- lo dice sin el menor atisbo de duda, a la par que renuncia al entrelazo de las piernas para tomar una postura mucho menos elegante, pero más amistosa: las dos piernas apoyadas con fuerza en el suelo, dejando reposar sobre éstas los antebrazos.
  • ¡Jaja! Oye, ese sí me gusta: ¡tango suicida! Es fuerte, dramático, gráfico, muy bueno, muy bueno.
  • Lo ve ¡es usted un petulante de clóset! Por ello se permite ofensas del tipo: "prefiero este tipo de uva porque es achocolatada". Por amor de dios, cómo carajos una uva va a ser "¡a-cho-co-la-ta-da!" Por qué no mejor dice "confitada por el tostado aroma de madera pasada por ajo silvestre". ¿Qué se siente? ¿Publicista de productos para amas de casa con aspiraciones burguesas?
  • ¡Ves! Tú también lo haces: "aspiraciones burguesas". Burguesas, las hamburguesas de la Condesa. ¡JaJa! Tú eres el publicista frustrado. Además, y esto es lo más importante, polizón de quinta, ¿cómo sabes lo de la uva achocolatada?
  • Aspiraciones burguesas es tan correcto como un caballero inglés.- dijo el intruso.
  • ¡Noooooo! ¡Qué bajo! Ahora con metaforillas de caja de tabaco corriente. ¡Qué cursi eres!: "Tan correcto como un caballero inglés".
  • Lo dije para joderlo, hombre; usted sabe que "aspiraciones burguesas" es de uso corriente y aceptado, y lo de la "uva achocolatada" lo sé de la misma manera que sé lo de "tinto astringente", lo de "ritmo cacofónico", lo de "pop quinceañero", lo de "zapatos de torrencial elegancia", lo de. . .
  • ¡Ey!- Gabriel contesta de la misma manera que a una agresión física inesperada: por instinto de supervivencia- Ya estuvo, además, "ritmo cacofónico" es una chulada; lo dices por envidia, por pura envidia, y no hay envidia buena, como llegan a decir esos falsos moralistas de placita colonial.
  • Está bien- dijo el intruso- , "ritmo cacofónico" es pegadora.
  • Pegadora y distinguida, mi rey; sobre todo eso, ¡distinguida!
  • Pero de seguro no es suya. Seguro la sacó de alguna de esas revistas que tiene por aquí regadas.
  • Pues ya no sé, en verdad.- dijo Gabriel con auténtica decepción.
  • No importa, a fin de cuentas.
  • Pero no me has contestado, ¿cómo sabes lo de mis frases maravillosas?
  • Simplemente, porque es mi oficio, mi trabajo.
  • ¿Y qué trabajo es ese?- preguntó intrigado Gabriel.
  • Soy presidente de la "Sociedad Protectora de Camas y Colchones, Ese Ce".
  • No seas imbécil.
  • Disculpe usted, caballero, pero hace tan sólo unos minutos, me acusó de confabularme con su cama, esa cabrona terca y asesina que intenta ahogarlo con una bufanda de lana invernal.- dijo el intruso.
  • ¿Lana "invernal"? ¿Ya empezamos otra vez?
  • Lana a secas, pues.
  • Es con calcetines viejos.- dijo Gabriel con certeza.
  • Es lo mismo.
  • No es lo mismo: los calcetines sí caben en mi boca; la bufanda, no. Mi cama lo sabe bien, no intentaría algo fallido por definición; está consciente de que tiene una sola oportunidad, por ello debe ser eficaz y terminante.
  • Ni hablar, caballero; si seguimos con el tema de las camas asesinas, creo que no hay mucho por hacer.
  • ¿Mucho por hacer? ¿Hacer qué?

A partir de ese momento, Gabriel dejó de escuchar y de ver con nitidez. Toda era insonoro o invisible: veía o escuchaba. Esto es: cuando alcanzaba a ver la silueta del intruso cuya identidad aún desconocía, no escuchaba nada de nada, se tenía que conformar con dilucidar el movimiento apresurado de sus labios; verlo levantarse y volverse a sentar en varías ocasiones, tomar las revistas regadas y azotarlas contra la pared, pararse en las torrecitas de discos, brincar a su lado sobre la cama como un niño de energía efervescente, patear repetidamente bolas de nada; todo esto sin escuchar un sólo sonido, ni un crujir de suela, ni un incipiente carraspeo. De lo que sí estaba completamente seguro, a pesar del afónico escenario, era que estaba diciendo algo importante, el preludio de algo grande, la premisa necesaria para la conclusión total de ese momento de su vida. Lo sabía por la manera en que el intruso se comportaba. Agitaba los brazos, los extendía hasta los límites anatómicamente posibles con las palmas de las manos abiertas, como un jovial abuelo confiado en que su nieto predilecto se alegrará por el regalo que esperó años para darle. Pero también percibía una suerte de reprimenda ineludible. El tipo de regaño que ese abuelo confiere cuando se entera que su santo e impoluto nietecito decide ser poeta o baterista, o crítico de videojuegos: un sermón que no permite debate esperanzador, una de esas pláticas que inician de de manera afable, pero que se encienden a la primera. Lo sabía porque el intruso no dejaba de señalarlo, incluso podía sentir como éste colocaba el dedo índice sobre su frente una y otra vez. Había momentos en que el intruso dejaba de moverse, permanecía quieto, pero con una sonrisa de presentador de programa de ventas por televisión: gesto que te hace sentir estúpido al disentir. Al no recibir respuesta de Gabriel, el intruso seguía con sus aspavientos y ademanes (que si bien pudieran resultar exagerados o excesivos, en su conjunto se apreciaban como precisos y oportunos).

La imagen del intruso se fue deshaciendo paulatinamente en los ojos de Gabriel, hasta el extremo de agotarse por completo. Fue en ese momento, cuando el intruso dejó de existir, y que la oscuridad tomó con arrebato sus pensamientos, que una voz pausada, al principio con sonidos ininteligibles que se iban perfeccionando en la medida que avanzaban, terciaba con enunciados contundentes. La voz, ya clara, tenía ese sabor a documental revolucionario o, mejor dicho, a sustrato de clase de literatura para telesecundaria. Con elegancia y contundencia, desde la oscuridad de sus pensamientos, Gabriel escuchaba al intruso decir el señalamiento más hermoso que alguien en su corta pero atribulada vida le había hecho, ¡y mira que han sido bastantes!: "Padece usted una de las dolencias más normales en el género humano: la necesidad de comunicarse con sus semejantes. Desde que comenzó a hablar, el hombre no ha encontrado nada más grato que una amistad capaz de escucharlo con interés, ya sea para el dolor como para la dicha. Ni aun el amor se iguala a este sentimiento. Hay quienes se conforman con un amigo. Existen aquellos a quienes no les bastan mil. Usted corresponde a los últimos, y en esa simple correspondencia se origina su desgracia y mi oficio… Por una modesta suma mensual yo le ofrezco la solución más apropiada. Si usted acepta – y puedo asegurar que lo hará porque no le queda otro remedio- relegará al olvido el incesante deambular, las rodilleras, el polvo, la barba, los fatigosos telefonemas. En pocas palabras: estoy en condiciones de poner a su disposición una excelente radiodifusora especializada. Dispongo en la actualidad (por el sensible fallecimiento de un antiguo cliente afectado por la Reforma Agraria) de un cuarto de hora que, si tomamos en cuenta lo avanzado de sus confidencias, sería más que suficiente para sostener a sus amistades ya no digamos al día, pero al minuto, de su apasionante caso. Creo de más enumerar las ventajas de mi método. Sin embargo, le insinuaré algunas. 1ª El efecto sedante sobre el sistema nervioso está garantizado desde el primer día. 2ª Discreción asegurada. Aun cuando su voz podrá ser recibida por cualquier sujeto poseedor de un aparato de radio, juzgo improbable que personas ajenas a su amistad quieran seguir una confidencia cuyos antecedentes desconocen. Así, se descarta la curiosidad malsana. 3ª Muchos de sus amigos (que hoy escuchan con desgano la versión directa) se interesarán vivamente por la audición radiofónica con sólo que usted mencione en ella sus nombres de forma abierta o alusiva. 4ª Todos su amigos estarán informados al mismo tiempo de los mismos hechos. Circunstancia que evita celos y reclamaciones posteriores, pues solamente un descuido, o un azaroso desperfecto en el aparato propio, colocaría a alguno en desventaja respecto a los demás. Para eliminar esta contingencia deprimente cada programa se inicia con una breve sinopsis de lo narrado con anterioridad. 5ª El relato cobra mayor interés y variedad, y puede amenizarse, cuando así lo considere oportuno, con ilustrativas selecciones de arias de ópera (no insistiré sobre la riqueza sentimental de las italianas) y trozos de los grandes maestros. Un fondo musical es obligatorio por reglamento. Además, una amplia discoteca, en la que se recogen hasta los más increíbles ruidos del hombre y la naturaleza producen, está al servicio del suscriptor. 6ª El relator no ve la cara de los oyentes, lo que evita toda suerte de inhibiciones, tanto para él como para los que lo escuchan. 7ª Siendo una audición una vez al día y por un cuarto de hora, el confidente dispone de veintitrés horas y tres cuartos de hora para preparar sus textos, impidiendo así, en absoluto, contradicciones molestas y olvidos involuntarios. 8ª Si el relato alcanza éxito y al número de amigos y conocidos se suma una considerable cantidad de oyentes espontáneos, no es difícil encontrar casa patrocinadora, lo que une a las ventajas ya registradas cierta factible ganancia monetaria que, de ir creciendo, abriría las posibilidades de absorber las veinticuatro horas del día y convertir, así, una simple audición de quince minutos en un programa ininterrumpido de duración perpetua. Mi honestidad me obliga a confesar que hasta ahora no se ha producido este caso, pero ¿por qué no esperarlo de su talento?"

Al extinguirse la voz del intruso, Gabriel se liberó de los nudos con los que la sábana lo contenía en la cama. Se puso de pie y volteó para ambos lados. ¡Ey! ¡Acepto!-gritó con coraje. ¿Dónde estás, viejo amigo? ¡Acepto, acepto!- insistió. Mientras su respiración se contenía, descubrió un libro delgado que reposaba abierto en el colchón; lo tomó y leyó su título: Obras Completas (Y Otros Cuentos). Calmado y confiado (por primera vez en mucho tiempo) regresó a su adorada cama e intentó dormir. Justo antes de logarlo, volvió a escuchar esa voz pausada y contundente. Esta vez repetía, a manera de lo que en música se conoce como Fade Out, sólo lo siguiente: "Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí."